lunes, 16 de julio de 2012


LA TORMENTA DE VERANO

Nuestro relato comienza en una vega en los Picos de Europa donde casi una treintena de familias pasa el verano con su ganado durante la temporada estival. Realizan todas las labores que hacen en invierno en los invernales más bajos o en el mismo pueblo.
Es día cuatro de Agosto y la mañana está despejada. En una “cuerre” (lugar donde se cierra el ganado para ordeñarlo) se encuentra Lola terminando de ordeñar las ovejas, mientras su hermano Miguel da de comer a los cerdos y suelta las gallinas por la vega.
Lola y Miguel están en la vega con su tía Amelia, una señora de unos cuarenta y cinco años, delgada, con gafas de pasta y a la que la vida y la dureza del pastoreo en estos montes parece no haberla tratado nada bien.
Amelia, se encuentra en la cabaña “atizando” (encendiendo el fuego) para preparar la comida. L a mañana es tranquila, pero nuestra amiga parece estar algo inquieta, algo le ronda la cabeza que no la deja estar tranquila.
Terminadas las labores, Lola, de trece años, “prieta”(morena) de piel y con unos tirabuzones también de color negro, y Miguel, de diez años, delgado, de pelo corto y más o menos el mismo color de piel que su hermana se dedican a jugar en un “noru”(montón de piedras) cerca de la cabaña, desde donde pueden controlar a los animales que tienen a su cargo.
Unos metros más alante, Ángel, les está mirando con ojos golosones, pues a él aún le quedan labores que hacer antes de poder ir a jugar.
La madre de Ángel, Celesta, una mujer de unos cuarenta años, pelo castaño atado en un moño, está en el interior de la cabaña terminando de echar el cuajo a la leche; terminado esto, se dispone a dar vuelta a unos quesos que reposan sobre una estantería cercana al llar. Con gran habilidad voltea los quesos y seguidamente saca uno del “arniu”(molde) y, tras echarle bien de sal por todas partes, lo pone a secar al lado de los otros.
-¡Angel!-Grita Celesta
Al instante aparece el chaval, de unos catorce años, piel y pelo claros y gran altura:
-¡Dígame madre!-Responde mientras entra acelerado por la puerta.
-Hay que llevar esos quesos a la cueva.-Contestó su madre señalando un cesto con cuatro quesos que había encima de un banco al lado del llar.
Ángel coge el cesto y se encamina hacia la cueva que está situada en la parte trasera de la vega.
La entrada de la cueva es pequeña, tanto que Ángel tiene que agacharse mucho para poder entrar. Una vez dentro, deposita los quesos con suavidad en una estantería que tiene una una marca en forma de “C” en un extremo. Terminada la faena, sale de la cueva y se encamina de nuevo hacia su cabaña.
Ya se va acercando el mediodía, y el calor empieza a calentar demasiado. El día amenaza tormenta, y se van viendo aparecer las primeras nubes por las cimas más altas de picos.
Ángel llega con el cesto al lugar donde Lola y Miguel están jugando.
Miguel tiene construida una especie de pirámide de piedras a la que llama “castillo” y un par de palos pelados a navaja hacen las veces de “caballeros”.
A Ángel no le gusta mucho el “castillo” de miguel y se lo hace saber:
-¡Ésto no se hace así!-Recrimina el mayor.
-Ya, pero el castillo es mío.-Responde Miguel.
Entonces ángel intenta quitarle de las manos los “caballeros” que, muy cuidadosamente ha tallado Miguel en los palos. Pero éste se zafa sin mucha dificultad de los brazos del enorme Ángel ayudado por Lola, que hasta ese momento se mantenía expectante viendo como transcurría la escena.
-¡Te digo que me los des!-Amenazó Ángel.
-De eso nada, -respondió Miguel con firmeza-, si quieres unos te los haces tú.
Y ambos hermanos salieron corriendo a resguardarse en la cabaña donde su tía Amelia estaba terminando de preparar el “pucheru”.
Pero antes de que lleguen a la puerta, Ángel coge una piedra de las del castillo de Miguel y la lanza con todas sus fuerzas, yendo a parar a la cabeza del pequeño provocándole una herida que pronto empieza a sangrar.
El pequeño miguel comienza a llorar, Lola se queda bloqueada al ver la sangre que sale de la cabeza de su hermano, mientras Ángel se aleja hacia su cabaña como si con él no fuera la cosa.
Amelia sale al oír los gritos de miguel:
-¿Qué pasó?-Le pregunta a Lola, que ya está tapando la herida de ,Miguel con un pañuelo.
-Que Ángel le tiró un “morrillazu”(pedrada)-Responde ésta.
-¿Cómo?-Pregunta enérgicamente la tía.-Pues se va a enterar.
Amelia se encamina hacia la cabaña de Celesta y se encuentra a Ángel en la puerta sentado en un banco de madera. Le agarra por un brazo fuertemente y comienza a recriminarle:
-¿Por qué le tiraste una piedra a Miguel?,¿qué te hizo?
-Estábamos jugando.-Responde el chaval intentando escapar de las atenazadoras manos de la mujer.
-¿Jugando?-Continúa Amelia- ¡Si casi le sacas un ojo!
De repente un grito se oye desde dentro de la cabaña, es Celesta que sale en defensa de su hijo.
-¿Qué pasa?, ¿qué problema hay ya?-Pregunta
-El jíu (hijo) tuyu, que anda amorrillando (apedreando) a los sobrinos-Contesta Amelia.
-Hombre mujer,-prosigue Celesta,-son cosas de críos, estarían jugando....
-¡Pues vaya juegos de mis narices!, a poco más y le saca un ojo de una pedrada- continúa Amelia.
-¡Venga, no seas exagerada!, no será pa tanto- reclama la madre de Ángel.
Amelia cada vez se enfurece más:
-¿Qué no será para tanto?, ¡vete a verlo!, ¿y si le hiciera lo mismo yo a él?-Amenaza
-¿Ah si?-contesta enfurecida Celesta-Era lo que te hacía falta, entonces sí que la teníamos......
Poco a poco, la gente se va acercando a ver que pasa, algunos incluso intentan mediar entre las mujeres para que la cosa se calme, pero las dos están enfurecidas. Se intercambian insultos, amenazas, reproches, todo tipo de maldiciones. La gente no sabe qué hacer, pero si saben que no quieren dejarlas solas, pues están demasiado enfurecidas. Lola y Miguel, que ya ha dejado de sangrar y de llorar, están mirando atónitos la secuencia, y Ángel se les acerca y les pide perdón con la misma cara de perplejidad que los otros dos ante tan vergonzosa escena para ellos, y así, después de un buen rato de desahogarse, las dos mujeres se encaminan hacia sus respectivas labores. Por fín, la tormenta ha pasado.

Después de comer, todos siguen metidos en sus labores, y cada vez el calor es más agobiante, pegajoso,...Las nubes van acercándose más y más amenazantes; cada ves es más evidente que la tarde se presenta lluviosa.
Al anochecer están ya todos en sus cabañas al calor del fuego y cenando. De repente un enorme crujido sacude la vega iluminandola  por completo. Casi sin darse cuenta, la segunda tormenta del día ha llegado.
En la cabaña de Celesta están cenando un poco de torta, y al oír el terrible trueno, los dos se asoman a la ventana:
-Otras noches, Amalia viene a dormir aquí cuando truena, tiene mucho miedo, no se cómo lo pasará esta noche-Comenta.
Al mismo tiempo, en la cabaña de Amalia, ésta no sabe por dónde se va a meter. Cierra la ventana y la puerta y se sienta abrazando a Lola y a Miguel y sin parar de temblar. Piensa qué hacer, y en el segundo trueno ya lo tiene claro, coge a un crío debajo de cada brazo y sale de la cabaña mientras cae un rayo que nuevamente ilumina la vega.
Celesta está pensativa, ha dejado el plato encima de un “tayu”(banco de tres patas) y no come; algo le preocupa, está intranquila, pesarosa, como si le preocupara algo...
Por la vega corre Amalia con los dos niños en brazos, casi sin aliento, pero sin detenerse; los niños lloran y ella intenta tranquilizarlos, pero no lo consigue. Poco a poco se va acercando a una cabaña en la que una débil luz se ve salir por debajo de la puerta, se acerca a ella, deja en el suelo a Lola y se dispone a llamar....
Al mismo tiempo, Celesta sigue pensativa dentro de su cabaña. Por debajo de la puerta entran, de vez en cuando, pequeñas corrientes de aire que hacen temblar la llama de la vela que les da luz en la cabaña. De repente algo la sobresalta, un pequeño ruido que viene de la vega la hace ponerse en pie; se acerca a la puerta, la abre y el resplandor de un rayo dibuja delante de la puerta la silueta de una persona con un bulto en el brazo y con una mano levantada:
-¡Ya tardabas...!-comenta Celesta mientras una sensación de tranquilidad recorre su cuerpo.
-¡Ya...!-contesta secamente la figura de la puerta que se apresura a entrar mientras baja el brazo.
Es Amalia, esa persona que estaba en la puerta, con Lola y con Miguel.
Entran en la cabaña, y se sientan.Nadie dice nada, ni jóvenes ni menos jóvenes, sólamente se limitan a mirar para el suelo y a dar pequeños saltos cuando suena un trueno.
Al poco, los niños se van a la cama y se que dan frente al fuego las dos mujeres que siguen en silencio. Tal vez acordándose de todo lo que se habían dicho horas antes, tal vez intentando pedir un perdón que nunca saldría de sus bocas, tal vez intentando sacar esas lágrimas que no sacarían, tal vez....
Un par de horas después se asoman a la puerta y miran hacia el cielo; las nuves, los rayos y los truenos han dejado paso a un precioso manto de estrellas. Las dos mujeres se miran y sonríen aliviadas:
-¿Qué?-replica Celesta-¿Ya pasó la tormenta?
-Si,-concluye Amalia-Ya pasó...

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